Vivimos en un mundo donde una pantalla nos acompaña a todas partes.
Nos habla, nos entretiene, nos informa…
Pero a veces, también nos distrae de lo esencial.
La felicidad no nace de la perfección filtrada que vemos en redes.
Nace de un abrazo torpe pero sincero.
De una mirada que no necesita palabras.
De una presencia que está… de verdad.
La tecnología puede acompañar, pero nunca podrá sustituir una mirada que te sostiene,
un gesto que no espera likes,
una conversación sin prisas.
La frase central de esta reflexión podría ser:
“La presencia humana no se transmite por Wi-Fi.”
Piensa un momento:
¿Cuándo fue la última vez que sentiste de verdad la presencia de alguien?
Quizá fue un silencio compartido,
una risa sin motivo,
una mano que te agarró justo cuando más lo necesitabas.
Puedes escribir en tu diario sobre un momento reciente en el que sentiste conexión real. ¿Qué lo hizo tan especial? ¿Cómo podrías propiciar más momentos así?
Detrás de cada pantalla hay una vida.
Pero solo cuando bajamos la mirada del móvil, podemos volver a encontrarnos.
También puede interesarte
La forma en que hablas también habla de ti
Lo que callaste de niño aún marca tu presente
Abrirse un poco más: el riesgo que sana el alma
No esperes todo de nadie, pero no cierres tu corazón
Elegir la paz no es rendirse, es cuidar lo que importa
