El mito de la caverna: ¿vemos la realidad o solo sus sombras?

Hay momentos en los que lo que tenemos delante no parece suficiente, como si lo que vemos fuera apenas un reflejo, una sombra que entretiene, pero que nunca alcanza a explicar lo que sentimos por dentro.

Es fácil permanecer ahí sin darnos cuenta. Damos por hecho que esa forma de mirar es la única posible y, cuando todo alrededor confirma la misma imagen, ¿para qué cuestionarlo?

EL mito de la caberna

Platón habló de esto hace siglos, en su mito de la caverna. Imagina un grupo de personas encadenadas desde siempre dentro de una caverna. Solo pueden mirar hacia una pared en la que se proyectan sombras. Para ellas, esas sombras son la realidad absoluta: no existe más mundo que ese.

De algún modo, todos hemos vivido algo parecido. No con cadenas físicas, pero sí con ideas nunca revisadas, con creencias heredadas o con verdades asumidas tan pronto que terminaron pareciéndonos naturales.

En mi vida también he tenido sombras, y seguramente aún me acompañan muchas que no sé reconocer, que caminan conmigo como si fueran verdades absolutas. Algunas las he visto y he podido soltarlas, otras siguen ahí, silenciosas, disfrazadas de certezas que no cuestiono. Intuyo que no todo lo que creo de mí es real, que todavía cargo con proyecciones antiguas que aprendí sin darme cuenta, y que quizá la vida también sea eso: aprender a distinguir, poco a poco, qué es luz y qué es sombra.

El problema no es tener sombras, eso nos pasa a todas las personas. El problema es aferrarse a ellas, por miedo a girar la cabeza y descubrir que hay otra realidad. Algunas se esconden detrás de frases que parecen sensatas: “así es la vida”, “mejor no complicarse”. Otras son más íntimas y duelen más: “no soy suficiente”, “siempre fallo”. Y mientras las creemos, todo parece sólido, hasta que algo dentro se quiebra y ya no podemos mirar de la misma manera.

Ese momento incomoda. Ver con más claridad no siempre alivia. A veces duele reconocer que hemos vivido según reglas que ya no tienen sentido, o que hemos aguantado rutinas que en realidad no queríamos. Como permanecer en un trabajo que nos vacía o en una relación que ya no nos refleja: sabemos que algo se rompió, pero cuesta soltar.

Y, sin embargo, una vez abierta la grieta, algo cambia. Tal vez asusta, pero ya no podemos hacer como si no viéramos.

Salir de la caverna no ocurre de golpe. No es una gran revelación repentina, sino un proceso lento, hecho de preguntas pequeñas, intuiciones cada vez más visibles, momentos en los que dejamos de encajar en lo de antes.

También quedarse duele. Seguir mirando sombras cuando ya no convencen, continuar un camino que se siente vacío, sostener lo que en realidad aprieta. Ese peso acaba notándose, aunque lo callemos, aunque estemos cómodos.

El mito también relata que quien logra escapar y contemplar la luz, al regresar intenta compartir con los demás lo que ha visto. Pero no todos quieren escucharlo, y a veces ni siquiera son capaces de entenderlo.

Algo parecido nos ocurre: cuando algo en nosotros cambia, una opinión, una creencia, o una forma de ver el mundo, los demás suelen mirarnos de manera extraña, como si ya no fuéramos los mismos.

Quizá lo único que podemos hacer es vivir desde lo que hemos visto. No se trata de imponer ni de convencer, sino de acoger con autenticidad nuestras nuevas creencias, nuestro nuevo yo. Estar presentes y disponibles, acompañar sin forzar, respetar el ritmo de cada cual. Y, aun así, aceptar que a veces el camino también nos pide aprender a decir adiós.

Al final, el mito no es solo una lección filosófica, es una imagen de lo que ocurre dentro de nosotros cuando empezamos a cuestionar lo aprendido, cuando una sombra ya no basta y nos atrevemos a sospechar que hay algo más allá de la pared.

Y ahora, Tu reflexión

¿En qué cosas sigues creyendo aunque algo dentro te diga que ya no son verdad?

¿En qué parte de ti aún repites una historia que sabes que no te pertenece?

Tal vez escribir sea una forma de asomarte a esa grieta, de mirar sin juicio lo que empieza a caerse.

Solo unas líneas, sin exigencia, sin pretender entenderlo todo.

Si quieres, puedes empezar así:

“Hoy empiezo a dudar de…”

Y tal vez salga algo como:

“Hoy empiezo a dudar de que siempre tengo que ser fuerte, de que cuidar a los demás significa olvidarme de mí, de que si algo termina es porque fallé. Empiezo a ver que muchas de esas ideas no eran verdad, solo sombras que me conté para no sentir tanto.”

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El Caminante

El Caminante

Escribir me cambio la vida, aquí solo comparto algunas cosas que se me pasan por la cabeza.

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