A veces creemos que cerrar el corazón nos protege. Que si no mostramos lo que sentimos, evitamos que nos hagan daño. Y sí, puede que así suframos menos… pero también nos alejamos de lo que más necesitamos: la ternura de lo compartido, el calor de un vínculo verdadero.
No se trata de abrirnos a cualquiera, ni de compartirlo todo sin medida. Se trata de permitirnos, poco a poco, mostrarnos tal y como somos. Porque un corazón que se arriesga, aunque a veces sangre, también puede latir de verdad.
La frase central de esta reflexión lo resume así:
“Un corazón que no se abre, termina sufriendo en silencio.”
Imagina a alguien que siempre parece fuerte, pero en realidad está lleno de miedos que nunca nombra. Nadie lo ve, nadie se acerca, porque él tampoco se deja ver. La armadura que lo protege es la misma que lo mantiene solo.
Piensa un momento:
¿A quién te gustaría abrir tu corazón un poco más hoy?
Quizá hay una conversación pendiente. O una parte de ti que nunca te has permitido mostrar. No hace falta contarlo todo, basta con elegir una pequeña grieta por donde entre la luz.
Puedes escribir en tu diario sobre una situación en la que mostraste una parte vulnerable de ti. ¿Qué sentiste al hacerlo? ¿Te acercó a alguien?
Puedes compartir tu reflexión en los comentarios o guardarla en tu cuaderno. No se trata de lo que escribes, sino de lo que descubres mientras lo haces.
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