Desde pequeños aprendemos a controlar nuestras emociones. Nos enseñan a no hacer demasiado ruido, a no molestar, a contener la lágrima, a sonreír aunque por dentro estemos tristes. Y, sin darnos cuenta, empezamos a creer que sentir es algo que hay que esconder.
Pero ¿qué pasa cuando todo eso que reprimimos se acumula? ¿Dónde van las palabras que no decimos, los abrazos que no damos, las lágrimas que aguantamos? Se quedan dentro, en forma de nudos en la garganta, de cansancio sin explicación, de distancia emocional.
Vivir las emociones no significa perder el control, sino permitirnos ser honestos. Tal vez dejarse llevar por lo que sentimos, aunque a veces duela o incomode, es una forma de vivir con más autenticidad. Sentir miedo, tristeza, alegría o rabia no nos hace débiles, nos hace humanos.
La frase central de esta reflexión lo resume así:
“¿Y si dejarse llevar por las emociones fuera lo mejor?”
Pregúntate: ¿cuándo fue la última vez que expresaste lo que realmente sentías, sin filtro? ¿Hay alguna emoción que estés conteniendo por miedo a ser juzgado o rechazado?
Te invito a escribir en tu diario sobre una emoción que últimamente estés evitando. ¿Qué pasaría si la miraras de frente? ¿Qué necesita esa parte de ti?
No se trata de dramatizar, sino de dejar de esconder lo que ya existe. Porque lo que se nombra, se transforma. Y lo que se vive, encuentra su cauce.
