A veces creemos que la mejor forma de no sufrir es no esperar nada de nadie.
No esperar consuelo.
No esperar ternura.
No esperar compañía.
Pero ese tipo de coraza también nos aleja de lo bueno.
De lo inesperado.
De lo que nos sostiene cuando flaqueamos.
Tal vez el problema no sea esperar.
Tal vez lo difícil es asumir que quien queremos también puede fallarnos.
Y aún así, merecer el intento.
La clave quizá no esté en cerrarnos del todo ni en entregarnos sin medida.
Sino en ese equilibrio sutil: confiar, sabiendo que somos frágiles.
Abrirnos, aunque sepamos que no hay garantías.
La frase que acompaña esta reflexión podría ser:
“Cerrar el corazón te protege del dolor, pero también de lo que podría sanar.”
Piensa un momento:
¿Crees que se puede querer sin esperar nada a cambio?
Tal vez no se trate de esperar menos, sino de entender que lo que recibimos nunca será perfecto.
Y aun así, puede ser verdadero.
Puedes escribir en tu diario sobre una vez en la que elegiste no abrirte por miedo a que te fallaran. ¿Qué habría pasado si lo hubieras hecho? ¿Qué parte de ti sigue protegiéndose del amor?
La fragilidad no es un error. Es lo que hace que los vínculos sean reales.
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