El amor verdadero no se queda en la superficie. No se conforma con lo que muestras ni se limita a lo que sabes explicar.
Hay personas que no necesitan que les digas lo que sientes. Porque lo intuyen. Porque te conocen en tus gestos pequeños, en tus cambios de voz, en los silencios largos que a otros les pasarían desapercibidos.
Quien te quiere de verdad no se asusta de tu rabia.
No se engaña con tu sonrisa.
No ignora tus ausencias.
Y te reconoce incluso cuando ni tú sabes bien quién eres.
La frase que podría sostener esta reflexión es:
“El amor auténtico llega hasta donde ya no sabes poner palabras.”
Piensa un momento:
¿Quién en tu vida ha sabido leer lo que no dices en voz alta?
Tal vez alguien que te sostuvo sin preguntar. Que supo darte espacio sin alejarse. Que comprendió tus heridas sin necesidad de que las nombraras.
Puedes escribir en tu diario sobre esa persona (o personas) que te han entendido más allá de tus explicaciones. ¿Cómo lo hacían? ¿Qué te transmitían para que pudieras ser tú sin tener que justificarte?
Y también puedes preguntarte:
¿Estás tú sabiendo ver eso en alguien más?
Porque entender al otro no siempre requiere respuestas, a veces solo exige presencia. Escuchar sin interrumpir. Mirar sin juicio. Estar sin exigir.
