Tal vez el tiempo es lo más valioso que tenemos, lo sabemos, lo repetimos, y aun así lo desperdiciamos como si nos sobrara.
Durante mucho tiempo viví como si mis días fueran infinitos, supongo que eso le pasa a casi todo el mundo, sobre todo durante las primeras etapas de la vida. Vas dejando que los días se escapen entre rutinas, obligaciones o distracciones sin sentido. Te acostumbras a estar ocupado, pero no presente. A correr de un lado a otro sin detenerte a pensar si lo que haces te acerca o te aleja de lo que de verdad te importa, si es que sabes lo que te importa, que esa es otra.
Pero llega un momento, cuando llegas a la edad adulta, que aparece ese vacío silencioso del que todo el mundo habla pero que no comprendes hasta que tu mismo lo experimentas. Ese momento en el que te das cuenta de que puedes tenerlo todo en orden, trabajo, rutinas, planes y aun así sentir que algo falta, que estás avanzando pero sin rumbo, como si la vida pasara a tu lado y tú solo la observaras.
Y entonces empiezas a pensar, en el tiempo que pierdes en personas o actividades que no te llenan, pero ese tiempo no siempre te lo quitan los demás, muchas veces somos nosotros mismos los que lo entregamos sin darnos cuenta. Los estoicos llamaban a eso el tiempo robado, porque cada instante que entregamos a lo que no tiene valor es un trozo de vida que no recuperaremos. Lo hacemos cuando decimos “mañana empiezo” y ese mañana nunca llega. Lo hacemos cuando dejamos que las horas se llenen de quejas, culpa o comparaciones absurdas. O cuando estamos con alguien, pero la cabeza está lejos, atrapada en pensamientos que no sirven para nada.
Yo lo he hecho muchas veces, he perdido tardes enteras dándole vueltas a cosas que ya no podía cambiar, o preocupándome por lo que aún no había pasado. Sin embargo, cada día lo hago un poco menos. Tal vez porque con los años uno empieza a entender que el tiempo no es infinito, que cada día cuenta, y que en la vida no hay ensayos.
He aprendido que no necesito esperar un gran cambio para empezar a vivir mejor. Que la vida no llega en un momento perfecto, sino que se construye en lo cotidiano: en mis paseos, en una conversación que te aporta o aportas, y también en esos momentos de silencio en los que por fin te sientes en paz, momentos que sirven de brújula y te indican si tu direccion es la correcta o no.
No fue una revelación repentina, sino un aprendizaje mas bien lento, como casi todo lo que vale la pena. Un proceso de valorar lo que tengo, de aceptar lo que soy y de intentar estar más en el presente, aunque a veces cueste he incluso duela, porque el mañana no está escrito, y quizá tampoco haga falta que lo esté. Los días se construyen instante a instante, con las decisiones pequeñas, con la actitud con la que miramos el mundo.
Cuando vives con esa conciencia, todo cambia. Las conversaciones con mis seres queridos dejan de ser rutina y se vuelven algo que quiero recordar. Las risas duran más. Incluso los momentos difíciles tienen sentido, porque también forman parte de estar vivo, y aprendes, vaya si aprendes.
Para terminar, si te soy sincero, he de reconocer que sigo perdiendo tiempo. Sigo cayendo en distracciones, en pensamientos absurdos, en preocupaciones que no llevan a ningún sitio. Pero ahora, soy consciente, y de alguna manera, esa consciencia ya me da paz, porque se que vuelvo mas rápido a lo que me importa y lo que está en mis manos.
Quizá la vida consiste en eso, en aprender a cuidar el tiempo como quien protege un tesoro. En no esperar a que llegue un momento perfecto, sino entender que ese momento ya está aquí.
El tiempo es ahora, que nada ni nadie te lo robe.
El Caminante
Escribir me cambio la vida, aquí solo comparto algunas cosas que se me pasan por la cabeza.
