A veces creemos que lo mejor es protegernos, endurecernos, no dejar entrar nada para no sufrir, pero ese mismo muro que nos aísla del dolor también nos separa de lo que nos da vida.
Esta frase lo dice con claridad:
“Mejor un corazón roto que uno de piedra.”
Un corazón roto duele, pero aún late. Sigue recordando, respirando, sintiendo. Un corazón de piedra no sufre, pero tampoco ama, se encierra en su silencio y olvida lo que significa estar vivo.
Porque sentir nunca fue debilidad, es la forma más valiente de abrazar la vida con todos sus aromas. El dolor nos recuerda que seguimos presentes, que algo nos importa, que todavía podemos amar. Y aunque duele, ese latido también es señal de que seguimos aquí.
Y ahora, antes de seguir, piensa:
¿Qué prefieres, sentir aunque duela, o callar hasta no sentir nada?
Puede que la respuesta no aparezca de inmediato, pero escribirla te abre espacio para escuchar lo que late dentro de ti. El papel sostiene lo que callamos, guarda lo que pesa, y devuelve claridad a lo que parecía roto.
Escríbelo si te ayuda. Guárdalo si lo necesitas. Compártelo si lo sientes. No para otros, sino para ti. Para no olvidar que un corazón vivo, incluso roto, siempre late más fuerte que uno de piedra.
