Siempre fui una persona muy empática, o al menos eso creo. No sabía por qué, pero mucha gente se acercaba, se abría, me confiaba sus heridas, y en ocasiones, lloraba. Un amigo me dijo una vez que era porque sabía escuchar sin juzgar, porque realmente estaba presente. Puede que tuviera razón, o tal vez no, pero me ocurría bastantes veces.

El problema llegó cuando fui yo quien necesitó hablar… y me quede solo. Ese día entendí algo que me cambió, creo que para mal: el refugio no siempre es recíproco. Y si a eso le sumas lo difícil que me resulta expresar lo que siento, por miedo, por vergüenza, por heridas que todavía escuecen, el resultado era inevitable: me cerré. Mi corazón, ya tocado, empezó a endurecerse. Y con el tiempo, se volvió de piedra.
Desde fuera, todo seguía su curso, trabajo, rutinas, aficiones. Pero por dentro algo profundo se había roto. Esa forma espontánea de conectar con las personas desapareció. Los gestos ajenos ya no me dejaban huella. Las emociones de los demás no me conmovían como antes. Algunos lo llaman madurar. Yo lo veo más como rendirse. Levantar un muro no para protegerte, sino para dejar de sentir.
Y así, con el corazón anestesiado, la vida se vuelve más fría, más superficial. Te alejas no solo de la gente, sino también de lo que realmente importa: la naturaleza, la belleza, la autenticidad y el amor. Y ese vacío que queda cada uno intenta llenarlo como puede: pantallas, compras, sexo fugaz, relaciones sin alma, trabajo sin sentido. Porque hoy anestesiarse es fácil, pero anestesiado no se vive. Se sobrevive.
Llevo tiempo en ese tránsito, pero hace poco, algo me removió.
Llevo meses escribiendo, de ahí este blog, y, en ese proceso, he empezado a ver con más claridad. No solo lo que hago, también lo que siento, incluso lo que he evitado sentir.
Hace unos días me llamó una mujer con la que hablo por trabajo. Siempre me pareció intensa, incluso un poco pesada. Habla mucho, busca atención constante, y sí, se siente sola. Lo supe desde el principio, pero no lo sentía, no empatizaba y le cerré la puerta. Tenía miedo: miedo a abrirme, a escuchar de verdad… y que luego, cuando fuera yo quien necesitara hablar, el mundo volviera a estar en silencio. “Mejor no conectar”, pensé. “Así no hay decepción”.
Sin embargo, algo me dolió, porque me di cuenta de que poner límites, algo sano y necesario, no significa desconectarse del todo. Hay que saber decir no, sí, pero también hay que saber estar, escuchar sin esperar nada, comprender sin exigir, conectar sin condiciones.
Por eso escribo esto hoy. Porque quiero recuperar mi corazón.
Sí, me lo han roto, me lo han hecho pedazos, pero prefiero mil veces un corazón roto que uno de piedra. Prefiero la posibilidad del dolor antes que la certeza de la indiferencia y su vacío.
Quiero volver a que me decepcionen.
Quiero volver a que me hagan daño.
Pero, sobre todo, quiero aprender a sostener esas emociones, a entender que también son parte de vivir.
Prefiero sufrir que apagarme
Porque solo quien se arriesga a sentir puede sentir de verdad, solo quien se expone puede amar, y yo no quiero pasar por la vida sin abrazarla, quiero sentirla entera, incluso cuando mas me duela. Porque solo así, desde la valentía emocional, uno se siente real, lleno, conectado consigo mismo y con el mundo.
Estoy convencido de que cuanto más lleno se siente uno, más cerca está de comprender y querer de verdad a los demás.
Tu reflexión
A veces no hace falta que todo vaya bien para sentir un poco de alivio. Basta con que algo, aunque sea mínimo, no duela tanto como temías.
¿Has vivido alguna vez un momento así?
Uno en el que, sin saber cómo, algo que podía ser terrible… no lo fue.
Un ejemplo, la historia de Ana.
No fue una buena noticia, tampoco una victoria.
Pero el miedo que llevaba días apretando, aflojó un poco.
Pensábamos que sería peor. Y no lo fue.
Me sorprendí sonriendo, no por lo que era,
sino por todo lo que no llegó a pasar.
A veces, la esperanza no llega como un milagro.
Llega como un “menos mal” en voz baja a la cabeza.
Video
Audio
El Caminante
Escribir me cambio la vida, aquí solo comparto algunas cosas que se me pasan por la cabeza.
