Hay libros que te encuentran cuando más los necesitas, el hombre en busca de sentido me cayó en las manos en uno de esos momentos donde no sabes muy bien por qué seguir adelante. No es que estuviera mal del todo, pero había una sensación persistente de vacío, de desconexión. Como si mi vida fuera algo que me pasaba sin yo estar del todo dentro.

El libro de Viktor Frankl es un testimonio brutal, pero no desde el drama, sino desde una lucidez que incomoda y abraza a la vez. Él estuvo en varios campos de concentración nazis, y desde ahí desde el centro exacto del horror escribió sobre el sentido, la esperanza y lo que hace que un ser humano no se quiebre del todo.
Entre todas las historias, hay una que no he podido olvidar.
Frankl cuenta que, en uno de los traslados desde Auschwitz hacia otro campo, todos los prisioneros del vagón temían que su destino fuera Mauthausen. Sabían que si el tren cruzaba un determinado puente sobre el Danubio, era señal de que iban hacia allí, y eso equivalía, casi con certeza, a la muerte.
A medida que el tren avanzaba, la tensión crecía, nadie hablaba mucho, pero todos pensaban lo mismo: si cruzamos el puente, se acabó. Era tan sencillo y tan desgarrador como eso.
Pero el tren no lo cruzó.
Y en ese momento, los prisioneros hombres medio muertos de frío, de hambre, de miedo comenzaron a saltar, a abrazarse, a gritar de alegría. Porque iban “solo” a Dachau, un lugar terrible, sí, pero donde aún había una mínima posibilidad de seguir vivos.
Ese fragmento me impactó, no porque relativice el dolor, el propio Frankl decía que el sufrimiento ocupa todo el espacio del alma, sea grande o pequeño, sino porque me recordó algo que a veces se me olvida: no hace falta que todo vaya bien para celebrar.
Esta historia no me enseñó a dejar de sentirme mal, me enseñó que incluso en medio de la mierda, hay matices. Que si estás aquí, si respiras, si no has cruzado del todo al otro lado… todavía hay algo que puede cambiar, que puede mejorar.
No hace falta una solución total, basta con tener una pequeña esperanza.
Y eso, a veces, ya es razón suficiente para volver a creer un poco. Para volver a vivir.
Y ahora, Tu reflexión
A veces no hace falta que todo vaya bien para sentir un poco de alivio. Basta con que algo, aunque sea mínimo, no duela tanto como temías.
¿Has vivido alguna vez un momento así?
Uno en el que, sin saber cómo, algo que podía ser terrible… no lo fue.
Un ejemplo, la historia de Ana.
No fue una buena noticia, tampoco una victoria.
Pero el miedo que llevaba días apretando, aflojó un poco.
Pensábamos que sería peor. Y no lo fue.
Me sorprendí sonriendo, no por lo que era,
sino por todo lo que no llegó a pasar.
A veces, la esperanza no llega como un milagro.
Llega como un “menos mal” en voz baja a la cabeza.
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El Caminante
Escribir me cambio la vida, aquí solo comparto algunas cosas que se me pasan por la cabeza.

Sappiens Dui
Es una historia increíblemente humana, llena de aprendizajes que, si pudiéramos aplicarlos a nuestra vida diaria, nos ahorrarían muchos sufrimientos innecesarios. Pensar que, en medio del mayor de los infiernos, estos hombres fueron capaces de aferrarse a un mínimo hilo de esperanza, nos muestra que casi cualquier cosa que enfrentamos hoy no debería afectarnos tanto.
Aun así, la mente humana sigue siendo un misterio. Nunca se sabe cómo va a reaccionar cada persona ante el dolor o la incertidumbre. Y ahí está lo valioso de historias como esta: recordarnos que incluso en los peores momentos, siempre existe la posibilidad de encontrar un sentido, aunque sea pequeño.